Temblor: Maggie Stiefvater
La dulzura del verano en su piel, la cadencia casi familiar de su voz, la sensación de sus caricias. Todo mi cuerpo cantaba con el solo recuerdo de su proximidad.
Me sorprendió lo distintos que éramos. Se me ocurrió pensar que si Grace y yo hubiéramos sido objetos, ella habría sido un reloj digital sincronizado con precisión científica, y yo, una bola de cristal rellena de nieve, una pequeña tormenta de recuerdos temblorosos.
-¡Champiñones, mujer! ¿Nunca los habías visto?
-Pues no, y parecen que acabaran de salir del culo de una vaca.
-Ya me gustaría a mí tener una vaca como esa -replicó Grace, esquivando a Isabel para echar un poco de mantequilla en una sartén-. Valdría millones. Córtalos en trozos y sofríelos hasta que se pongan doraditos y apetitosos.
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