-No pareces muy digno de confianza.
-Las apariencias engañan. Soy fiable hasta la médula.
Perry sonrió.
-Yo lo conozco desde que nació. Y te digo que es otra cosa hasta la médula.
¿Peregrino o Perry? No sabía cómo debía llamarlo.
Perry le fabricaba zapatos con cubiertas de libros y le enseñaba a encontrar bayas. Peregrino tenía tatuajes y unos ojos verdes centelleantes. Hacía girar el cuchillo sin temor a cortarse, y clavaba flechas en los cuellos de la gente. Lo había visto decapitar a un hombre. Pero, por otra parte, ese hombre era un caníbal que quería comérsela.
Pero, por otra parte, también era consciente de que al aprender lo que había aprendido sus posibilidades de supervivencia habían aumentado. Y, en la vida, o al menos en su nueva vida, las posibilidades eran su máxima esperanza. Como piedras: imperfectas y sorprendentes, y tal vez mejores a largo plazo que las certezas. Las posibilidades, pensaba ahora, eran la vida.
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