El problema con las promesas es que, una vez hechas, casi siempre acaban rompiéndose. Es como una norma cósmica de la que nadie habla.
-¿Sabías que algunos eruditos religiosos creen que cuando te enfrentas a una tentación irresistible -alzó la mano hasta mi cuello y me apartó un mechón de pelo- deberías cometer un pecado pequeño, como para liberar un poco la presión?
En la sombra, sus ojos parecían más oscuros de lo normal, y su mirada no sólo insinuaba que tenía hambre, sino que estaba muy, muy hambriento. Sentía sus labios tan cerca que casi podía notar su sabor.
-Menuda tontería. Y... y... yo no necesito liberar ninguna presión, para que lo sepas. -Lo aparté de un empujón y salí del hueco donde nos estábamos escondiendo-. Me voy a casa.
Sus palabras me sentaron como una puñalada en el corazón. Eran todo lo que deseaba escuchar y todo lo que esperaba que nunca dijese.
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