El guardia arqueó ligeramente las cejas, y después le recorrió el cuerpo con la mirada, deteniéndose en el cinturón.
-Un buen par de puñales -comentó en tono seductor, burlón.
-Gracias -dijo ella-. Los tengo siempre afilados.
Él le dedicó una sonrisa.
-Seguidme.
Y entonces le contó a Perry que el amor era como las olas del mar, suaves y buenas a veces, embravecidas y terribles en otras ocasiones, pero que era infinito y más fuerte que el cielo y la tierra, y más que todo lo que había entre ambos.
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