Quizá mi problema sea que, aunque volviera a casa, no sería mi lugar, no me encontraría a gusto entre la gente que da sin pensar y se preocupa sin que le suponga un esfuerzo.
Si es un cobarde, no es porque no disfrute causando dolor, sino porque se niega a actuar.
-Me gusta pensar que odiándolos los ayudo. Les recuerdo que no son un regalo de Dios a la humanidad.
-Me gusta pensar que odiándolos los ayudo. Les recuerdo que no son un regalo de Dios a la humanidad.
Todos se callan, y Cuatro se vuelve hacia el exterior. Se sujeta a los asideros de ambos lados con los brazos extendidos y se inclina hacia delante de modo que su cuerpo quede prácticamente fuera del vagón, aunque tenga los pies dentro. El viento le aprieta la camiseta contra el pecho. Intento mirar más allá de él para ver el paisaje: un mar de edificios en ruinas y abandonados que se hacen cada vez más pequeños.
Sin embargo, cada pocos segundos vuelvo a mirar a Cuatro.
No sé que espero ver o qué me gustaría ver, si es que espero o quiero ver algo, pero lo hago sin pensar.
Me he dado cuenta que una parte de ser osado consiste es estar dispuesto a ponerte las cosas más difíciles con tal de valerte por ti mismo.
-¿Me preguntas porque de verdad crees que te voy a responder?
-¿Por qué dices cosas a medias si no quieres que te pregunten por ellas?
-¡Me prometiste que no lo dirías! -grita ella, dándome en el brazo.
-Polillas -repite Will-. ¿Te dan miedo las polillas?
-No una simple nube de polillas -responde ella-, sino como... un enjambre entero de polillas. Por todas partes. Todas esas alas, patas y... -Se estremece y sacude la cabeza.
-Aterrador -bromea Wil, fingiendo estar serio-. Esa es mi chica, dura como una bola de algodón.
-Oh, cállate.
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