Me sentía violada, como si me hubieran arrojado desde una plataforma elevada sin previo aviso. Caía, y caer me daba mucho más miedo que golpear contra el suelo. La caída no tenía final, sólo una sensación constante de estar en manos de la gravedad.
-¿Te da miedo ponerte de mi parte? -preguntó.
-Más bien soy cauta. Me disgusta bastante que me apuñalen por la espalda.
-No lo haría -dijo, gesticulando con impaciencia-. No en un caso tan grave como éste.
-Nota para mí misma: Marcie sólo apuñala por la espalda por temas triviales.
La luna apareció entre las nubes y vi sus ojos. La suavidad aterciopelada había desaparecido, reemplazada por una dura y profunda negrura. Sus ojos eran de los que albergan secretos, de los que mentían sin parpadear, de esos que, tras mirarte en ellos, casi no podías apartar la mirada.
La ignorancia era la peor humillación y el sufrimiento más atroz.
Cuando yo veía películas originales por el canal Lifetime, tardaba un par de días en superar la idea de que el chico mono de la casa de al lado en realidad era un asesino en serie.
-¡Vale! -suspiré-. Me vestiré. Date la vuelta. Estoy en pijama. -Un pijama que sólo consistía en una camiseta sin mangas y unos pantaloncitos: una imagen que no quería que se quedara grabada en su cabeza.
El sonrió.
-Soy un tío. Eso es como pedirle a un niño que no mire el mostrador de los caramelos.
¡Puaj!
-Si pudiera pensar con claridad, te llevaría a tu casa ahora mismo -dijo en voz baja.
-¿Pero?
-Pero estoy tentado de hacer algo de lo que quizás me arrepiente.
-¿Decirme la verdad? -dije esperanzada.
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